Las emociones empiezan en el útero
El modo en que el bebé se desarrolla en el vientre marcará su vida. En
las últimas décadas se ha manejado la información de que el alcohol, el tabaco
y una mala alimentación incidían negativamente en la vida del futuro niño;
ahora la ciencia ha ido más allá y ha descubierto que las
emociones de la madre durante el embarazo también desempeñan un papel esencial.
Jorge no deja de llorar. Sus padres, primerizos, están desesperados. Y
muy nerviosos. Lo han probado todo. O al menos todo lo que se les ocurre: que
si cogerlo, abrazarlo, intentar darle de mamar. La enfermera entra en la
habitación del hospital en que están y trata de tranquilizarlos: “Está todo
bien. Hay niños más inquietos que otros”, les dice. Pero eso no acalla al
pequeño.
Se sabe que el desarrollo del feto depende, en buena medida, del bienestar de la madre. De si ella practica algo de deporte, sigue una buena alimentación, no toma drogas ni alcohol. Pero, ¿y qué hay de las emociones?
¿Afectan los sentimientos de la madre al niño?
Durante mucho tiempo se creyó que no, que el feto ni sentía ni padecía
en el útero de su madre, felizmente protegido por la placenta. No obstante,
numerosos estudios científicos realizados en las últimas décadas están poniendo
de manifiesto que el estado emocional de la madre durante la gestación, va a
afectar la salud mental del bebé a largo plazo.
Que una madre depresiva,
ansiosa o estresada, puede influir en el coeficiente intelectual de su hijo y predisponerlo
para que tenga más riesgos de padecer problemas tales como la hiperactividad o
el síndrome de déficit de atención.
Tomando conciencia
A lo largo del embarazo, el cuerpo de la mujer experimenta cambios
equiparables a los de la adolescencia con la diferencia de que se producen en
meses. Tras la concepción, los órganos de la madre emigran a otras regiones, se
amontonan unos contra otros para dejar espacio al cigoto, que se desarrolla a
velocidad de vértigo con una serie de mecanismos de diferenciación y
proliferación celular, y se transforma en un organismo complejo, con tejidos
altamente especializados: el bebé.
También aparecen cambios emocionales traducidos en variaciones
bioquímicas, ya que las emociones se asocian a la segregación de hormonas
particulares. Y aunque no se puede demostrar al ciento por ciento, existen
numerosos y potentes indicios de que el desarrollo del bebé en el útero de la
madre va a determinar la vida que tendrá de adulto. Y en esto se ha visto que
influye la alimentación de la madre, o su estado físico, y también, su salud emocional.
“Existen muchos reclamos comerciales que te dicen que el embarazo
es una época muy bonita, pero desde un punto de vista estético. Sin embargo, no
se hace hincapié en lo humano”, considera Anna Maria Morales,
consultora certificada en lactancia y miembro fundador del centro de salud
familiar Marenostrum (MareNostrumCsf.com/) en Barcelona.
“Se empuja a la gente a comprar cosas para el embarazo para estar
guapas, para cuidar el cuerpo, pero se informa muy poco acerca de cómo conectar corporal y
emocionalmente con el bebé, con la idea de que tienen un niño
creciendo dentro y de que sus emociones van a influir en su desarrollo”,
prosigue Morales, que es doula, es decir, mujeres que acompañan a otras mujeres
durante el embarazo, su labor es dar soporte físico y emocional durante el
parto y el puerperio.
“Durante los nueves meses de gestación, la mujer pasa por una serie de
controles médicos, pero nadie le pregunta cómo está a nivel emocional o qué tal
está con su pareja”, se queja Sara Jort, terapeuta Gestalt especializada en
psicología perinatal. Sigmund Freud fue el primero en percatarse de la
importancia de los sentimientos de las madres; se dio cuenta de que las
primeras etapas de la maternidad tenían efectos a largo plazo en la psicología
del niño. Y que la educación emocional de los hijos no empezaba cuando estos
nacían, sino en el útero.
Hace medio siglo, se comenzaron a realizar estudios con ratas y monos
para comprobar si el hecho de que las madres estuvieran altamente estresadas
tenía efectos en el desarrollo de las crías. Cuatro décadas después, un equipo
de investigadores del Imperial College de Londres, liderado por la psicobióloga
Vivette Glover, empezó a indagar sobre la importancia de las emociones en el
embarazo. Para ello, llevaron a cabo un estudio con 14.000 mujeres embarazadas.
Las monitorizaron durante toda la gestación; se midió su nivel de ansiedad, de
estrés y luego, se estudió durante años a los niños que nacieron.
Vieron que el 15% de los hijos de las madres más estresadas y ansiosas tenían el doble de riesgo de padecer déficits de
atención e hiperactividad. Además, estos niños eran más proclives a
ser ansiosos y a tener problemas de conducta. Más adelante, realizaron nuevas
investigaciones, esta vez con grupos más reducidos de mujeres, y corroboraron
que si la madre está estresada durante el embarazo, su hijo tiene más tendencia
a padecer ansiedad. Y esa tendencia es independiente de la las experiencias que
tenga el crío al nacer o de las emociones que comparta con su madre después.
Educación emocional desde el útero
¿Los fetos sienten dentro del útero de la madre? Si entendemos por
sentir, sentimientos tales como la tristeza, la alegría, la soledad, el miedo,
no. Tal como señala el profesor de psicología de la emoción y la motivación de
la UNED, Enrique García Fernández-Abascal, el feto carece de la maduración
neurológica para tener las emociones que tiene un adulto. “Se requieren al
menos tres meses después de nacer para que se desarrollen los tubos neurales
necesarios para las emociones”, señala. Sin embargo, lo que sí tienen los fetos
son sensaciones. Así, sienten bienestar, placer, saciedad, alarma, sobresalto…
El feto, de alguna manera, percibe las emociones de la madre. Y eso es
muy positivo puesto que le da al bebé un abanico de experiencias sensoriales
necesarias para enfrentarse a la vida, desde la alegría, hasta la rabia o la
tristeza. “Las emociones de la madre son un gran regulador de la fisiología de
ella y del bebé. Las que son positivas, por ejemplo, generan una atenuación del
sistema cardiovascular y una activación y refuerzo del sistema inmune. Es
decir, que cuanto más alegres estamos, más vacunados, de alguna manera,
estaremos contra el catarro –comenta Enrique García–. En cambio, cuando nos
embargan las emociones negativas, segregamos hormonas tóxicas, el corazón se
nos acelera y se deprime el sistema inmune, lo que nos deja más vulnerables
ante las enfermedades”.
De ahí que sea esencial que la madre establezca vínculos con el niño
desde el primer momento de la concepción. Con un gesto tan habitual en las
embarazadas como tocarse la barriga, acariciarse, el feto recibe una
experiencia positiva sensorial; conecta con la madre y se produce una respuesta
bioquímica de placer, que se traduce en la segregación de hormonas que ayudan a
establecer ese vínculo entre ambos.
“Eso no quiere decir que la madre tenga que pasar por el embarazo sin sentir o sintiendo sólo cosas positivas. Hay que sentir felicidad pero también estrés, todo en su justa medida, porque ambas son necesarias. El problema radica en cuando las negativas se cronifican –señala Enrique García, experto en psicología perinatal–. No es malo que la madre se enfade, pero sí que lo esté todo el día, todos los días. La educación emocional del niño empieza en el útero”.
Protección emocional
La placenta funciona como una especie de envoltura protectora. No
obstante, estados de emociones negativas continuados pueden afectar su función,
sobre todo el estrés. Cuando la madre se encuentra en una situación
estresante, se produce en su organismo una cascada bioquímica. Todo empieza en
el hipotálamo, que produce una hormona llamada CRH, factor de liberación de
corticotropina; ésta le manda a la pituitaria que, a su vez, produce otra
hormona, la ACTH o adrenocorticotropa, que ordena a las glándulas suprarrenales
que segreguen cortisol.
Éste hace que se libere glucosa en sangre, que va hacia los músculos,
los dota de energía y los prepara por si es necesario salir pitando o pelear.
En realidad, la
aparición del estrés es el resultado de una estrategia evolutiva necesaria para
enfrentarnos a los peligros de la vida. Si no se liberaran en
nuestro organismo todas estas hormonas que nos ponen en alerta, seguramente nos
hubiéramos extinguido hace mucho tiempo, quizás devorados por algún animal.
Una vez acaba la situación que producía estrés, el cuerpo recupera los
niveles hormonales habituales y el organismo vuelve a su estado normal. La
placenta actúa como filtro e impide que el cortisol, que es tóxico, llegue al
feto. No obstante, cuando los niveles de esta hormona en la madre son muy
elevados, consiguen atravesar esta barrera y disparan la respuesta de alerta en
el feto.
Puede que también sea una herramienta con que nos ha dotado la evolución
para prepararnos para enfrentarnos al mundo exterior con que vamos a tener que
lidiar. De manera que si el estrés aparece en momentos concretos, es
beneficioso. Sin embargo, cuando las situaciones de estrés son prolongadas,
aparecen los problemas de manera más marcada. Si la madre está sumamente
estresada, el bebé recibe el mensaje de que deberá hacer frente a un entorno
peligroso. Eso los hace mucho más prontos a reaccionar; suelen ser niños más
susceptibles a llorar, a estresarse, a sentir ansiedad.
Asimismo, tal y como el equipo de neurocientíficos del Imperial College
de Londres ha comprobado, existen indicios de que niveles altos de cortisol
afectan al desarrollo cerebral del bebé durante todo el embarazo. Durante los
primeros meses, que es cuando las células cerebrales se mueven hasta hallar su
ubicación definitiva, se cree que el cortisol puede llegar a afectar ese
movimiento. Si los ataques de ansiedad y estrés suceden en los últimos meses de
gestación, se eleva el riesgo de que el niño padezca síndrome de déficit de
atención o hiperactividad.
Es más, al parecer, la ansiedad de la madre hace que se reduzca el flujo sanguíneo que le
llega al feto, por lo que éste dispone de menos nutrientes para formarse;
Vivette Glover afirma que, además, cuanto más alto es el nivel de cortisol en
el líquido amniótico que rodea al niño en la placenta, más bajo es luego el
coeficiente intelectual del bebé. “Niveles altos de cortisol afectan a cerebro
y al aprendizaje”, sentencia esta psicobióloga.
Así pues, podemos ayudar a los niños y futuros adultos teniendo en
cuenta la salud emocional de sus madres cuando están embarazadas. Si las
podemos ayudar a sentirse menos estresadas, ansiosas o deprimidas, estamos
reduciendo el riesgo de que los futuros niños padezcan problemas como síndrome
de déficit de atención, dificultades de aprendizaje o hiperactividad. Que,
además, indica Glover, son factores de riesgo que pueden convertirse en
potenciales problemas de comportamiento.
A nivel social, lamenta Sara Jort, psicoterapeuta Gestalt experta en
perinatal, el periodo prenatal no está bien protegido por la sociedad, que
desconoce la importancia que tiene tanto para la madre como para el recién
nacido. “Debería haber políticas que regularan el cuidado de la gestación y los
primeros meses de maternidad”, considera Jort. Se trata de prevenir para evitar
que los niños tengan trastornos cognitivos, sí, pero sobre todo para conseguir
una sociedad más feliz.
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